¡Tercer caso —cómo no— resuelto!
En esta ocasión no hizo falta más que presentar la escena del crimen a nuestro eminente equipo de investigación especializado en casos de crímenes culinarios (CSI) para que supieran ipso facto cuál había sido la receta perpetrada: pesto.
Sin embargo, una de las víctimas era más difícil de identificar, normal teniendo en cuenta que la víctima en cuestión suele frecuentar menos las cocinas de otros puntos del continente. Se trata del ajo de oso, alias Bärlauch (pronúnciese /berlauj/), una hierba comestible que puede recolectarse en los bosques del centro de Europa durante la primavera y que, como su nombre indica, recuerda al sabor del ajo. No debe confundirse con el muguet, de apariencia similar, porque entonces íbamos a tener crimen doble, el de la víctima y el del asesino.
Víctimas
100 g de ajo de oso o en su defecto albahaca, canónigos, oruga... *
40 g de nueces peladas
2 dientes de ajo
150-175 ml de aceite de oliva
100 g de queso parmesano rallado
sal y pimienta
Modus operandi
Todo indica que las hojas de ajo de oso fueron primero torturadas sumergiéndolas en abundante agua hasta que no quedaron restos de otras sustancias. Después se descuartizaron con un cuchillo muy afilado, al igual que los dientes de ajo. Todas las víctimas menos el aceite de oliva y el parmesano fueron introducidas en una picadora eléctrica donde se trituraron hasta obtener una pasta a la que se le fue añadiendo el aceite de oliva poco a poco. Fuera de la trituradora se incorporó el queso parmesano rallado.